Conoce a Miguel Ángel de Quevedo
24/12/2014
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Quinta y última parte de la serie dedicada a los galardonados del Reconocimiento al Compromiso con los Demás 2014
Mucho antes de que el cuidado del medio ambiente se convirtiera en un trending topic, un visionario emprendió acciones enérgicas a favor de la preservación de la naturaleza en el país, para alcanzar el bienestar integral de todos los mexicanos: Miguel Ángel de Quevedo y Zubieta, también conocido como el “Apóstol del árbol”. Miguel Ángel nació en una familia acomodada de Guadalajara, Jalisco el 27 de septiembre de 1862. Siendo aún muy joven, se mudó a Francia al quedar bajo la custodia de un tío canónigo de una iglesia en Bayonne, después de la muerte de sus padres. Lejos de su país natal, Miguel descubrió una pasión antes impensada: quedó cautivado por los hermosos parajes, bosques y montañas de los Pirineos. Al momento de elegir su carrera, su nuevo vínculo con la naturaleza jugó un papel importante y así optó por estudiar ingeniería civil, con especialización en ingeniería hidráulica, en la Escuela Politécnica de París. Por medio de sus cursos, comprendió la importancia de tener conocimientos forestales, un buen entendimiento de la relación entre bosques y el régimen de agua y las graves consecuencias derivadas de la deforestación. En 1887, Miguel Ángel regresó a México con su título y la firme idea de promover la protección forestal, más después de que su trabajo como consultor en una compañía de ferrocarriles, le permitió observar, de primera mano, los efectos dañinos provocados por la deforestación. Su primera oportunidad llegó cuando, en 1901, como parte del Consejo de Salubridad del DF, inició una campaña para convertir, lo que entonces eran solo 2% de espacios libres, a 16% de áreas verdes y parques en la capital. Poco después, se convirtió en presidente de la Junta Central de Bosques para generar políticas en favor de este recurso natural. A lo largo de su carrera en favor de los árboles, se enfrentó a diferentes obstáculos. Constantemente, tuvo que buscar el apoyo de funcionarios públicos simpatizantes con su causa y sobrellevar el desbalance de cambios administrativos y políticos. No solo eso, también encontró oposición con algunos grupos de particulares, específicamente, padres de familia que no querían cambiar los lotes baldíos donde organizaban circos, por parques y áreas verdes. Las adversidades jamás lograron disuadirlo de seguir adelante en una cruzada que, más que perseguir intereses personales, era por el bienestar de millones de personas. Fundó la Escuela de Enseñanza Forestal para formar a técnicos mexicanos. Creó las primeras reservas de la ciudad de México por medio de un sistema de parques suburbanos, entre ellos el Bosque de Chapultepec y el Parque Hipódromo de Peralvillo. Impulsó el campo al lograr aclimatar diversos árboles frutales de California y Francia. Fue la cabeza del Comité Mexicano para la protección de aves. Lideró diversas campañas de reforestación y la celebración el Día del Árbol, además de promover una reforma constitucional para incluir el tema forestal en la Carta Magna y, derivado de ella, promulgar la primera Ley Forestal en 1926. Quizás uno de sus legados más reconocidos fue la promoción de viveros, entre ellos los de Coyoacán, que fueron creados en 1906 y cedidos a la nación en 1908, por este luchador incansable del medio ambiente. Los Viveros de Coyoacán fueron causa de admiración no solo en México, sino en el extranjero y eran, para Miguel Ángel, prueba irrefutable de que México era país civilizado. En 1921, su trabajo lo lleva a fundar la Sociedad Forestal Mexicana. Junto con otros particulares, buscó generar consciencia sobre los efectos nocivos de la destrucción de bosques y la necesidad de hacer un llamado a la acción en la sociedad. Entre sus líneas de acción, publicaron la revista México Forestal, editada hasta los setentas, promovieron educación ambiental con la SEP y la creación de más áreas verdes urbanas, entre muchas otras. Miguel Ángel falleció el 15 de julio de 1946, pero su espíritu permanece y seguirá adelante durante las décadas por venir. Si bien una avenida y una estación del metro en Coyoacán llevan su nombre en honor a él, el mayor recordatorio del trabajo imparable de este hombre ejemplar son los múltiples focos de vida y verdor que embellecen y dan salud a todos en la capital. Como bola de nieve, sus acciones en el pasado son hoy una pieza fundamental en la preocupación de comprender y cuidar la naturaleza.
HacesFalta Cemefi
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