Conocimiento Tradicional Indígena y Desarrollo Rural en Pich
- Autor/a
- Laura Aceituno Mata
Es una historia de
Laura Aceituno Mata
Los mayas yucatecos rurales: entre la tele y el tuti-wah
Nosotras estuvimos trabajando como voluntarias en un pueblo de la Península de Yucatán, México. Un pueblo maya con alrededor de 1500 habitantes situado en el interior de esa llanura inmensa y cubierta de selva y más selva que es Yucatán.
En todo el territorio de la Península se habla maya yucateco. La gente de este pueblo está a caballo entre la cultura maya ancestral y la cultura globalizada, inyectada a través de la tele. Pero quizás en estos tiempos más que en otras épocas, la capacidad de absorción de lo externo está siendo tan brutal que hace desaparecer las raíces mayas. Los chavales con los que trabajábamos apenas chapurreaban algunas palabras de maya, mientras que a sus abuelos les costaba hablar castellano. Evidentemente, la brecha generacional es tan grande que se hace difícil la transferencia de la cultura maya… Si se pierde una lengua se pierde lo que expresa. Los jóvenes son hijos de la televisión, que muestra un mundo que no tiene nada que ver con el que ellos habitan, un mundo urbano, en el que todos son “güeros” (blancos), y en el que se habla de los indígenas como “nuestros pobres hermanitos indígenas”. Por eso no se identifican con la cultura indígena maya que les ha parido.
Otra cosa que me impresionó mucho fue ver la inmigración desde el otro lado. Comprender lo que significa para ellos Estados Unidos, un lugar donde escapar de la cerrazón de las costumbres rurales, donde hacer dinero, para luego volver a su pueblo como héroes, pasearse en grandes Chevrolets y construir grandes casas de cemento (que son auténticos hornos en ese clima tropical). A través de los que estaban allá en el Norte se seguía alimentando la leyenda, contaban maravillas, aunque estuvieran pasándolas canutas.
Por lo tanto, es una sociedad que tiene puesto un pie en su tierra y otro en ese espejismo creado por la televisión y los rumores del Norte. Ya sólo los mayores se alimentan con las creencias mayas, en las que distintos rituales, como el tuti-wah, mantienen contentos a los “vientos” y devuelven la salud a la tierra y la cohesión a la comunidad.
La gente allí vive de la construcción (para los que vuelven con dinero del Norte), trabajando como jornaleros en las grandes plantaciones de cítricos o de la producción de miel. Antes eran agricultores, pero a partir del tratado de libre comercio con EEUU, los precios del maíz bajaron tanto que ya no les resulta rentable producir, incluso para hacer la harina de las tortillas, el alimento básico, compran en las ciudades maíz importado, siendo ésta una tierra maicera.
Las familias, a pesar de estar afectadas por esta bajada de los precios, sobrevivían con su pequeña producción de maíz, sus cerdos, la venta de la miel los que se atreven a lidiar con la peligrosa abeja africana (que ya ha asesinado algún habitante), la venta de madera preciosas (ya casi agotadas), y distintos trabajos asalariados. Los pueblos mayas de Yucatán no han sufrido lo que en Chiapas, con la revolución se nacionalizaron las haciendas, y los pueblos son propietarios de sus Ejidos. Pero a través de las reformas del gobierno, que permitían dividir en propiedades privadas los ejidos comunales, se van perdiendo las conquistas de la revolución. Algunos ancianos alertaban de que se estaba volviendo a los tiempos de las haciendas. ¿Por qué? Los campesinos, al ver que no pueden vivir de la producción agrícola, prefieren dividir las tierras comunales y vender su parte a una grande multinacional, que les hará ricos… por poco tiempo. Todo ese dinero que reciben de sopetón, se va muchas veces, como en tiempos de las haciendas, a la barra de la cantina.
Mientras vivimos allí, se vendieron en el pueblo la tercera parte de las tierras comunales a una empresa israelí, que iba a talar la selva, y convertirla en cultivos de yuca para alimentar vacas lecheras. La empresa empezó a hacer regalos a los encargados del ejido, y a prometer muchos puestos de trabajo y la construcción de un hospital. Sólo los apicultores se resistían a vender las tierras, porque veían la tala del bosque y la implantación de cultivos regados de químicos como una amenaza para su miel. El resto del pueblo estaba a favor, y, como en el cuento de la lechera, imaginaban todo lo que podrían hacer con el dinero que recibirían de la venta. Pero el cántaro, como los ecosistemas tropicales, es frágil, y puede no devolver lo que espera la empresa lechera. Por algo en ese clima tropical, el animal que adoptó la gente fue el cerdo, y no la vaca. Las vacas lecheras de los grandes pastizales suizos o estadounidenses no resisten los climas tropicales. Veremos cómo resulta el gran experimento. El problema es que en el camino ya se han perdido muchas cosas. Se ha perdido la posibilidad de que el pueblo autogestione sus tierras, se han perdido 20.000 has de bosque generador de vida y de recursos…
¿Por qué un pueblo se lanza a vender sus tierras, y sobre todo, a perder los bosques que crecen en ellas? ¿Por qué es más rentable un experimento descabellado que utilizar racionalmente los recursos que ya existen? ¿Por qué la gente no puede gestionar sus recursos y para sobrevivir debe venderlos?
Parte de la contestación a esta pregunta son cosas de la alta economía mundial. Otra parte viene de cómo, en las últimas décadas, se ha ido perdiendo el sentimiento de comunidad en el pueblo. Antiguamente, no sólo los recursos se gestionaban de forma comunal, sino que la gente se necesitaba unos a otros para sobrevivir. Por ejemplo, cuando la aguada (una laguna construida por los mayas antiguos) era la reserva de agua para toda la comunidad, era necesario que se juntaran todos para limpiarla, y así poder mantener la fuente de agua potable. Además estaba a la vista de todos quién cogía agua, y cuánta, y quién trabajaba, y cuánto. De esta forma la transparencia en el uso de recursos prevenía las sospechas, y a la vez se aseguraba la participación de todos.
Pero cada vez más el acceso a los recursos se privatiza. Ahora cada uno tiene acceso individual al agua, todos acusan al vecino de gastar mucha agua para regar, y todos acumulan para no tener menos que el vecino, y ésa es la causa de que se acabe a veces el suministro.
También los largos años con un solo partido anquilosado en el poder han hecho mella en la población. El PRI, para mantenerse en el gobierno, iba ofreciendo regalos o favores a la gente de los pueblos para que le siguieran votando. Así que la gente se ha acostumbrado a pedir y no a decidir. Por otro lado, los funcionarios y delegados del gobierno a nivel rural, acomodados en sus puestos, han aprovechado para sacar tajada del pastel. De esta forma se ha generado una red de sospechas y de “yo también me aprovecho, no voy a ser menos”, que ha minado la cohesión de la comunidad. Esta desconfianza es la que ha ido echando a perder varias iniciativas de desarrollo rural que surgieron en el pueblo. El gobierno y algunas organizaciones se empeñan en meter dinero y recursos para agricultura, cuando lo que de verdad hace falta es fortalecer la capacidad de trabajo en grupo, y de autoorganización. Quizás para esto es para lo que sea útil la cooperación y el voluntariado… siempre es más fácil que te ayude tomar perspectiva de tu situación alguien de fuera.
Laura Aceituno Mata
Experiencia de trabajo voluntario del Servicio de Voluntariado Europeo