Historias de Voluntariado


En estos breves años de ayuda...

Autor/a
HECTOR VELLY VARGAS CRUZ
País
México

Es una historia de HECTOR VELLY VARGAS CRUZ

Soy de la generación que, en el terremoto de 1985 en México, acudía a sus primeros años de primaria, por lo que en aquel momento no percibí la magnitud de los estragos ni las movilizaciones sociales en torno a ésta; no obstante, el destino me situó para vivir en la zona más devastada y continuar con vida, años después me caía el veinte del porqué veía a tantos hombres y mujeres distintos a lo que estaba acostumbrado a ver: ojos de colores diversos, cabellos dorados, negros, rubios, sacando escombros, reconstruyendo viviendas y hablando idiomas para mi desconocidos.... no eran solamente trabajadores, sino además, voluntarios extranjeros. En mi paso por la universidad muchas experiencias del pasado como ésta empezaron a tomar forma y a moldear mi personalidad cual piezas de rompecabezas; aunque el estudio me formó intelectualmente, en este caso fue la convivencia con otros jóvenes con inquietudes similares a las mías las que fortalecieron un compromiso social para toda la vida y la dicha es que juntos, por más de diez años, hemos sabido conjugar escuela, familia y trabajo con labores de voluntariado y de capacitación de joven a joven. Recuerdo que fue en la adolescencia cuando me empecé a rodear de distintas agrupaciones, los hermanos Josefinos, por ejemplo, me contagiaron el cariño a los retiros, acampadas y excursiones a lugares inhóspitos y áridos, sobrios de comodidades modernas y de civilización. Ahí aprendí a convivir con personas de mi edad, a ser responsable conmigo, a compartir, a ser desprendido y a sensibilizarme en el dolor y las carencias ajenas. Posteriormente, en la preparatoria busqué ese mismo sentimiento de pertenencia a un grupo más allá de lo social, probé en diferentes ámbitos; cansado de ver tanta pasividad juvenil, más por fastidio que interés, pero sin claudicar, optaba por participar en convocatorias de lo que fuera: deportes, música, literatura y otras. El participar en una de tantas me valió ser reconocido por mi labor altruista durante mi corta adolescencia por el rector de la Universidad de México, en la que después se convertiría mi siguiente casa: la Facultad de Derecho. He crecido, pues, acompañado de formaciones adicionales que me permiten discernir con herramientas éticas y morales mi camino a seguir, y en el camino me he afianzado del apoyo de otras y otros. No es nada fácil, sino todo lo contrario; generar un compromiso social requiere primeramente un trabajo personal, una introspección a la que pocos están dispuestos a enfrentarse, más aun, el desprendimiento de patrones de conducta en las que socialmente nos ubican como jóvenes, es un obstáculo adicional. Aprendí que yo solo no puedo salvar al mundo, en una concepción pueril esta idea es permisible e incluso debe fomentarse, para en una edad posterior saber que, como dice Savater, existen distintos grados de realidad y en su justa dimensión tener que integrarlas y clasificarlas te puede salvar, ahí radica el poder mantener la perenne convicción por soñar en que “puede ser posible” y no volverse loco o amargado o quedarse en la infancia para siempre, el objetivo es llegar a más en este constante perseguir a la utopia y evitar que se pierda en el horizonte. La idea es, por lo tanto, permitirse razonar y actuar en consecuencia, darle su nombre a las cosas: fracaso, error, éxito, sueño, anhelo pero sobre todo, evitar quedarse estático.

 
 

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