El voluntariado está ahí llamándome
- Autor/a
- Juan Manuel Collado
Es una historia de
Juan Manuel Collado
Desde España. No recuerdo cuando se me metió la idea en la cabeza, pero de alguna manera el voluntariado en el tercer mundo ha estado ahí llamándome. Después de hacer el curso de voluntariado de Acción Verapaz, busqué la oportunidad, la encontré, y me fui para Chiapas a vivir una experiencia de dos meses y medio.
De todos los estados de México, Chiapas es el más rico en recursos y el que tiene la población más pobre, pero el problema de Chiapas no se limita a esta pobreza. Sufre además otro problema más grave: el de la falta de justicia, las violaciones de derechos humanos, y la impunidad. De ahí que en la historia de Chiapas haya tantas revoluciones y reivindicaciones. Estos problemas se han integrado en la tradición chiapaneca de tal manera que la situación ahora es tremendamente compleja, y la solución muy difícil.
A finales de junio llegué a la ciudad de San Cristóbal de las Casas, cuyo nombre hace honor a San Cristóbal, patrón de la ciudad, y a Fray Bartolomé de las Casas, defensor de los indios. San Cristóbal es una ciudad emblemática, muy turística, y cosmopolita. Allí se juntan los extranjeros turistas, los mestizos y los indígenas chiapanecos. Hay muchas etnias indígenas diferentes en Chiapas, prácticamente todas descendientes de la cultura maya, de las cuales la etnia mayoritaria en San Cristóbal es la tsotsil. A esta ciudad fui para hacer un voluntariado en una institución denominada “Melel Xojobal”, fundada por los frailes dominicos en enero de 1997 para atender dos de los aspectos más desatendidos en la población indígena: la educación y la comunicación. “Melel Xojobal” es lengua tsotsil y significa “Luz Verdadera”.
Melel tiene varios proyectos agrupados en las dos áreas mencionadas. Dentro del área de comunicación, realiza una síntesis diaria de información, un boletín quincenal que se distribuye entre las comunidades indígenas, y talleres de formación de promotores de comunicación también para las comunidades indígenas. Dentro del área de educación, están los proyectos de “Arrumacos”, una guardería para niños de padres o madres indígenas solteras, “Espacio Comunitario Infantil”, un proyecto de educación para la paz en el que se prepara a niños en situación de calle para asistir a la escuela, y “Calles”, un proyecto en el que se sale a distintos espacios (mercados o plazas) a acompañar a los niños mediante juegos y dinámicas educativas. Es en este último proyecto donde hice mi aporte.
¿Qué decir del trabajo con los niños? pues que fue todo un descubrimiento para mí. He de reconocer que mi voluntariado fue arriesgado desde el principio: apenas había trabajado antes con niños y no tengo formación en pedagogía. Al principio me costó, es cierto, pero merecía el esfuerzo y traté de aprender a través de mi experiencia y de la experiencia de los responsables de Melel, que por cierto, fueron y siguen siendo todo un ejemplo para mí. Con el tiempo fueron desapareciendo los miedos iniciales, los niños me enseñaron a ser como ellos, a volver a disfrutar de las ilusiones de la infancia, y acabé disfrutando realmente de mi trabajo como voluntario.
Los niños indígenas de San Cristóbal viven en una realidad adversa. Con una experiencia de dos meses y medio no puedo hacer un análisis exhaustivo, pero haré un esfuerzo y trataré de ofrecer algunas pinceladas. En Chiapas ha habido racismo desde la época de la conquista cuando llegaron los españoles, por mucho que nos cueste a algunos aceptarlo. El racismo de los mestizos hacia los indígenas se ha integrado tanto en la realidad social que el indígena, de manera automática, quizás inconsciente, se autoubica en una posición de inferioridad. Así, el mestizo es el que tiene estudios, el que conoce, el que tiene medios, el que sabe opinar, el que sabe mandar... Me dijeron que las cosas habían mejorado mucho desde el levantamiento del EZLN, pero el racismo es aún claramente palpable. Los niños se ven enfrentados a esta situación, y la respuesta natural del ser humano, sobre todo en la adolescencia, es la agresividad. De ahí la importancia de acompañarlos mediante una educación para la paz. Por otra parte, el indígena suele recurrir a la violencia como herramienta para resolver los conflictos, y en los niños esto acaba siendo un problema de malos tratos. Otro problema es el de las responsabilidades precoces.
En la ciudad, los indígenas suelen vivir del comercio de alimentos o artesanías. Los niños, desde que saben hablar español y aprenden las matemáticas básicas para manejar dinero están vendiendo en la calle o ayudando a sus padres en su puesto del mercado. Recuerdo ahora la cara de muchos niños a los que les ofrecíamos participar en un juego. Todo un conflicto para ellos, pues tienen que escoger entre un deseo y una necesidad, porque si no venden, no hay tortilla, y si no hay tortilla, no hay cena. La actividad comercial también presenta otro problema. Al dedicar la mayor parte del día a la venta, el contacto familiar se reduce muchas veces prácticamente a la cena. Esto no sucede tanto en las zonas de mercado, donde los niños están en el puesto con sus padres, como en el centro de la ciudad donde los niños pasan el día entero solos buscando turistas a los que vender sus productos. Todo esto hace que los niños se conviertan en adultos prematuros.
Los últimos diez días los empleé en visitar una comunidad indígena, yendo como observador enviado por el Centro de Derechos Humanos Fray Bartolomé de las Casas, conocido como “Frayba”. Quería conocer el ambiente de comunidad, además del urbano, así que me fui junto con otras dos observadoras a una comunidad llamada Nuevo Yibeljoj, perteneciente al municipio de Chenalhó. Las comunidades con las que
trabaja el Frayba son comunidades “en resistencia”, es decir, no aceptan ayuda del gobierno mientras no se cumplan los acuerdos de San Andrés sobre derechos y cultura indígenas, que el gobierno firmó con el EZLN en 1996 y que hasta ahora no han sido respetados.
El hecho de no aceptar esta ayuda les permite mantener cierta independencia, pues con frecuencia las ayudas del gobierno también sirven para manipular a estas comunidades, si se les amenaza con retirarles el apoyo. Nuevo Yibeljoj es una de estas comunidades en resistencia, y está formada por miembros de la organización “Las Abejas”, llamada así porque se basa en la organización de un panal: pocas reinas y muchas trabajadoras. La Sociedad Civil Las Abejas tiene las mismas demandas que los zapatistas, pero por la vía pacífica. No son zapatistas, pero con frecuencia se les acusa de serlo y son blanco de las organizaciones de paramilitares, que por mucho que se diga, siguen muy activas en Chiapas.
Nuevo Yibeljoj fue un destino afortunado. Los indígenas de esta comunidad son muy abiertos y acogedores. Nos invitaban a entrar en sus casas, nos ofrecían café o comida y nos explicaban animadamente cómo es su vida allí. Tienen un sentido comunitario muy fuerte, son gente abierta, muy religiosos, y están muy organizados.
Un ejemplo de esto es la cocina comunitaria, en la que dos mujeres, que rotan cada día, cocinan para los visitantes como nosotros, los observadores. También tienen una escuela autónoma, independiente de la del gobierno, con sus propios promotores de educación que son indígenas que reciben de la comunidad la responsabilidad de formarse para luego poder formar a los niños.
Éste es un cargo no remunerado que les dura toda la vida, y sin embargo lo aceptan con mucho ánimo. Conocí muy de cerca a dos de los promotores de educación, y conversando con ellos me di cuenta de lo asumido que tienen ese espíritu comunitario y de servicio. Me recordó al envío de voluntarios que se hace todos los años en mi parroquia de Atocha, para explicitar el hecho de que los voluntarios somos enviados por la comunidad cristiana. Después de mis diez días allí, regresé con la impresión de que todos consideraban su actividad como un servicio a la comunidad. Y regresé con muchas más impresiones que me impactaron. Me sorprendió la sencillez, la humildad y la serenidad de la gente.
Me sorprendió su sabiduría, muy distinta a la nuestra, pues ellos aprenden de su propia vida, de la gente y de la tierra. Recuerdo un testimonio que nos ofreció un indígena llamado Mariano, porque nos hizo ver a mí y a mis compañeras observadoras lo conscientes que son allí de su situación actual, de sus aspiraciones, de por qué están en resistencia y de los riesgos que eso les supone.
El último día que pasamos en Nuevo Yibeljoj, nos despedimos de la comunidad durante su oración diaria de las cinco de la tarde. En esta oración de nuevo nos agradecieron nuestra presencia, y tan sólo nos pidieron que al regresar a nuestros respectivos países, contáramos allí lo que habíamos visto para que todo el mundo sepa de su situación, y de cómo la están combatiendo, de forma pacífica, y con la ayuda de Dios. Nosotros les prometimos que así sería, y qué mejor modo de empezar que con este artículo, escrito por un redactor inexperto, pero que ojalá sirva para la causa.