Me llena sentirme querida por mis viejitos
- Autor/a
- Sra. María Elena García Matamoros
Es una historia de
Sra. María Elena García Matamoros
Mi experiencia como Dama Voluntaria en el Instituto Nacional de Adultos en Plenitud (Inaplen) - antes Insen- inicia hace diez años (1992), cuando me sentía cansada de la vida que llevaba, ya que atendía a 4 hijos y un marido, los cuales pensaba que no me valoraban.
En un momento de desesperación, le pedí a Dios que me indicara la solución a mi sentimiento. La respuesta llegó muy pronto, ya que regresando una tarde de recoger a mi hijo de la escuela, vi como una ancianita corría desesperadamente para alcanzar el pesero.
A punto de subirse, el pesero arrancó dejando a la viejita en la calle; mi reacción fue la de seguir al pesero y reclamarle por su acción, pero algo me hizo entrar en razón y comprendí que la mejor manera de ayudar no era reclamando, sino colaborando, por lo que regrese y me ofrecí a llevar a la viejita al lugar donde se dirigía. Ella acepto mi ofrecimiento, comentándome que asistiría a una residencia del Insen ya que tenía una de las clases que ofrece este Instituto.
Y así fue como inicie en esta noble labor, la cual me ha llenado de satisfacciones y alegrías, ya que actualmente colaboro como maestra en dos residencias asistidas del Inaplen, dando clases de bordado y pintura.
Me llena de satisfacción el saberme querida por mis viejitos, el darles el cariño que ellos me regresan con un sin fin de bendiciones. Eso es mi mayor satisfacción.
Una de las experiencias que he tenido, fue con una abuelita de las residencias, la cual en una ocasión me mostró la fotografía de sus nietos, los cuales vivían en Cuernavaca.
La abuelita me comentó que la única bendición que Dios le había dado en la vida era su nieta, la cual cuando llegaba a Cuernavaca se desvivía por abrazarla y llenarla de besos a diferencia con sus nietos de la ciudad de México que ni le hacían caso.
Un día la abuelita murió en Cuernavaca. Al enterarme sentí la necesidad de ir al velorio. Sin haber manejado en carretera, me fui con otra compañera del voluntariado. Increíblemente llegamos a la funeraria, ya que solo nos habían dado señas y no la dirección.
En un momento de tranquilidad, me acerque a la hija de la abuelita que había muerto, para preguntarle por la nieta adorada. Al mandarla llamar para presentármela, yo le comente a la hija las palabras de su madre y la forma en como agradecía a Dios por la bendición de haberle dado esa nieta.
Enseguida, a la mujer se le llenaron los ojos de lagrimas y después de un rato me dijo que no podía creerlo, me dio un abrazo y me dio las gracias por haberle dicho aquellas palabras. No quise preguntar el motivo, pero creo que era algo que yo tenia que hacer.
La labor del Voluntariado es una labor muy noble, la cual cuando se vive, lo llena a uno de bendiciones.